El 30 de junio de 1908, una tremenda explosión de hasta quince megatones rompió el cielo de Tunguska, un remoto lugar de Siberia, arrasando más de 2.000 kilómetros cuadrados de tundra. La onda expansiva no solo derribó árboles como si fueran fichas de dominó, sino que tumbó carruajes y personas a 500 km de distancia. Después, una extraña luz iluminó el norte de Europa y Rusia durante varias noches. La mayoría de los investigadores coincide en que el extraño fenómeno fue provocado por el impacto contra la Tierra de un cometa o un meteorito que explotó a unos cinco o diez km del suelo, pero no se ponen de acuerdo a la hora de elegir al auténtico culpable entre los dos. En los últimos tiempos, la hipótesis de que el responsable fuera un cometa ha ganado fuerza, ya que ni se ha encontrado cráter de impacto -de ser un meteorito, debería haberlo- ni fragmentos del bólido. Sin embargo, un equipo de investigadores italianos dice tener nuevas pruebas que apuntan al segundo sospechoso. Según afirman, un lago cercano puede ser el tan buscado cráter del «evento Tunguska».
Durante años, los científicos han debatido sobre la causa del misterioso suceso. Un grupo de expertos de la Universidad de Cornell aportaba en 2009 evidencias sólidas de que el evento pudo haber sido provocado por un cometa. Su núcleo de hielo se habría desecho rápidamente tras su entrada en la atmósfera, motivo por el que no dejó «huellas». Sin embargo, esta teoría tiene una pega, y es que los científicos han encontrado en la zona diferencias en los niveles de carbono, nitrógeno e isótopos de hidrógeno e iridio que son similares en algunos aspectos a los que se encuentran en algunos asteroides. Además, partículas diminutas parecidas a algunos componentes de los meteoritos también han aparecido en la madera de los árboles caídos.
El cráter, en el lago Cheko
Estas pistas pueden no ser suficientes para llegar a una conclusión firme, pero los científicos creen además que el Cheko, un lago poco profundo en forma de embudo de aproximadamente cinco kilómetros, puede esconder el cráter de la explosión.
El equipo llegó a esta conclusión después de analizar el fondo del lago en 1999. En su estudio sísmico y magnético, observó que los sedimentos se habían estado formando durante cien años, lo que coincide con el «evento Tunguska». Es más, incluso se encontraron evidencias de la existencia de un objeto cerca de la mitad del fondo del lago, lo que podría ser algún resto pétreo del meteorito. Quizás el enigma no se resuelva hasta que alguien decida llegar hasta el fondo del lago y recuperar, un siglo después, lo que pudo habernos caído del cielo.
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