Todo es fruto de la iniciativa de Elon Musk, un ingeniero sudafricano que se hizo de oro con la venta de PayPal y divide ahora su tiempo entre su compañía de coches eléctricos y su voluntad de convertirse en el nuevo rey de la carrera espacial. Su sueño es fundar una colonia en la superficie de Marte, pero eso queda todavía lejano.
De momento, su primer paso va a ser enviar una nave con media tonelada de agua y alimentos a la Estación Espacial Internacional. El lanzamiento se presenta como un hito por muchos motivos. Pero el más importante es que inaugura la nueva era de la carrera espacial. Una era que deberán liderar visionarios como Musk por el repliegue de los gobiernos y los recortes presupuestarios, que han convertido el espacio en un lujo que el contribuyente no se puede permitir.
La cápsula por ahora no tripulada que Musk se propone enviar al espacio responde al nombre de Dragon y su vuelo forma parte de un plan diseñado por la Casa Blanca para eximir a la NASA de sus misiones más rutinarias y centrar sus esfuerzos en otras empresas.
La compañía de Musk se llama SpaceX y en 2008 firmó un contrato por 12 vuelos. Sus responsables se comprometen a llevar víveres y experimentos a la estación y reciben a cambio unos 1.200 millones de euros. Una cifra que se multiplica por dos si todas las misiones se completan con éxito.
SpaceX tiene su sede en un hangar californiano y tiene en nómina a unas 1.700 personas. La mayoría son ingenieros veinteañeros que trabajan en un entorno sin despachos. En el vestíbulo se puede ver una fotografía de Marte y un retrato de Wernher von Braun: el científico alemán que creó el cohete V2 para los nazis y se redimió luego diseñando el cohete que llevó al hombre a la Luna. La compañía estudia abrir sedes nuevas en Texas y Florida para hacer frente al aluvión de encargos que tiene pendiente: unos 40 cohetes en cinco años para poner en órbita satélites de Tailandia, Israel, Argentina, Taiwán y Canadá.
Una misión de prueba
Ni Musk ni sus ingenieros dan por hecho el éxito del lanzamiento previsto para el sábado. Todos subrayan que se trata de una misión de prueba y que un fracaso no sería un problema grave. "Sería un error poner demasiadas esperanzas en este vuelo", decía recientemente Musk, "al fin y al cabo este año haremos otros dos vuelos muy similares".Al principio SpaceX concibió el viaje como una mera maniobra de aproximación. Pero en otoño sus responsables solicitaron a la NASA un permiso para ensamblar el Dragon con el fuselaje de la estación espacial. Musk se propone acometer la maniobra en el tercer día de la misión con la ayuda de un brazo robótico de unos 20 metros. Pero sus ingenieros insisten en que sólo emprenderán la maniobra si todo transcurre según el guión. Tanto los jefes de la NASA como astronautas de la estación pueden cancelar el ensamblaje en cualquier momento, pero serán los ingenieros de SpaceX quienes llevarán el control de la misión.
El magnate Elon Musk, dueño de Space X. | Afp
El lanzamiento se ha demorado en varias ocasiones por temor a que los circuitos de la nave interfieran con los sistemas electrónicos de la estación. "La misión está siendo más cara y más compleja de lo que pensaba Musk", decía recientemente el experto Dale Ketcham, "pero aun así SpaceX es más eficiente que la NASA". Una opinión que concuerda con las propias cifras de la agencia, cuyos informes reconocen que la empresa ha diseñado sus cohetes por un tercio de lo que habrían costado si se hubieran financiado con dinero público.
El Dragon entró en órbita en diciembre de 2010 y amerizó con éxito en el Pacífico según lo previsto. Un fracaso en la misión de esta semana sería una catástrofe para la empresa, pero será la maniobra de ensamblaje la que marque el éxito de la misión. "Si logran ensamblarlo", dice John Logsdon, miembro del Instituto de Política Espacial, "sería un gran avance para las empresas que quieren ir al espacio y un éxito para los responsables de la NASA que pusieron el programa en movimiento".
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